Kaba estaba recogiendo hongos en una de las cuevas que poblaban las grandes mesas de Cima del Trueno. Su madre le había encargado ir a por unos champiñones para uno de sus guisos. Kaba, ignorando las advertencias de su padre, sabía que en esas cuevas los champiñones crecían como por arte de magia y eran más fáciles de encontrar que en medio de las llanuras. Así que, pensando que así ahorraría tiempo para ir de pesca con su tío Kah, se había sumergido en la oscuridad de una de esas cuevas.
Cuando tenía ya el saco lleno una mano fría le cogió de un brazo.
Sucia escoria! Me abandona por su maldita cruzada porque "la Luz es lo más importante que tenemos contra la amenaza que representan los no-muertos."¡¿Y sus hijos?! ¡¿Y YO?! Noche tras noche me quedaba esperando por él... ¡siempre en segundo lugar después de sus condenadas obligaciones!Bueno, ¡mira lo que te depara la "justicia", tauren! ¡Él está muerto y yo tengo precisamente lo que estaba intentando detener!Coge esto y ponlo encima de su tumba en El Sepulcro. ¡No quiero tener nunca más nada que ver con eso... ni con él!
Kaba estaba helado de terror. El ser que estaba lanzando esos lamentos antaño debía de haber sido hermoso, pero ahora tenía la cara con carne desprendida y hedía a muerte. Kaba sin darse cuenta tenía el colgante en una mano, y corría hacia la salida de la cueva. Una vez fuera, apollándose contra el muro recuperó el aliento y miró el collar que tenía en la mano. Era dorado y con una brillante piedra verde engarzada en un aro también dorado.
Una vez que recobró la calma fue a llevar las setas a su madre y no dijo ni una palabra de lo que le había pasado. A la mañana siguiente se dirigió al Alto de los Ancestros para pedir consejo. Decidió hablar con Sheal Runetotem. Era más benébola que los demás maestros y quizás fuera más comprensiva con el hecho de haberse metido donde no debía.
Efectivamente Sheal fue tan comprensiva pero no tanto como él esperaba. Estas fueron sus palabras:
"Kaba, eres joven, y como tal un inconsciente y... un tanto perezoso para las tareas cotidianas. Así pues te haré cumplir un castigo, que ahora creerás que es muy leve, pero que a medida que sigas el curso de su cumplimiento entenderás que es más duro de lo que en principio pensabas. Por tratar de ahorrar tiempo tendrás ahora que perderlo cumpliendo el recado que ese ser te ha encomendado.
Sé que el Jefe de Guerra te ha encomendado presentarte en Orgrimmar para presentar tus respetos. Vivirás en Orgrimmar lo justo para trabajar para los druidas allí emplazados y luego irás al Claro de Luna a terminar tu formación druídica. Pero antes irás al otro continente. Irás a las Tierras del Este. Cogerás el zeppelín de Orgrimmar hacia los Claros de Tirisfal y desde allí irás al Bosque de Argenteos a cumplir la tarea que ese ser te ha encomendado. Espero que de ese viaje saques alguna enseñanza."
Kaba se fue pensativo a ayudar a sus padres en el negocio. Su partida estaba cercana.
Una semana más tarde ya se encontraba en la bulliciosa ciudad de Orgrimmar. Había presentado sus respetos a Garrosh y sin deshacer su macuto se dirigió a las torres de zepelines. Las torres bullían de seres de todas las razas de la horda, taurens, goblins, elfos de sangre, trolls... y sobre todo orcos. En otro capítulo narraré con más detalle las impresiones de Kaba acerca de los otros seres. El caso es que le preguntó a un tauren que estaba dirigiéndose a una de las torres a donde tendría que dirigirse para ir a los Claros de Tirisfal. El tauren, un cazador, de la tribu Thunderhorn. Le miró largamente y le indicó una torre en la que no había nadie haciendo cola. Kaba notó esto y, naturalmente, le preocupó un tanto. Subió las escaleras y llegó al alto donde estaba un zepelín esperando. Los zepelines eran administrados y dirigidos por goblins. Kaba no se sentía demasiado seguro en esos cacharros manejados por aparentes incompetentes, pero era la única vía de acceso para llegar a los Claros de Tirisfal.
El viaje fue, increiblemente, muy tranquilo. Llegaron por la noche... bueno, en realidad era de día, pero si algo pudo comprobar Kaba es que en los Claros de Tirisfal siempre era de noche. Bajó por la destartalada torre y le preguntó al goblin que estaba allí como podría llegar hasta el Sepulcro en Argenteos se puso en camino. El goblin se mostró extrañado por su pregunta:
"Ya es extraño ver a un tauren venir a esta tierra, como para escuchar que quiere ir al Sepulcro, tendrás que ir a pié, quizás encuentres un carromato que te lleve, pero... mejor ve a pié".
Kaba tomó el camino. El camino era oscuro, la muerte estaba presente allá donde miraba y un gran pesar se apoderó de su corazón. Recordó las palabras de Sheal "...a medida que sigas el curso de su cumplimiento entenderás que es más duro de lo que en principio pensabas."
Tras una caminata de tres horas llegó a un muro custiodado por dos guardias... dos guardias que tenían la misma apariencia que el ser que le había entregado el collar. Se dirigió a ellos con cierto temor y les preguntó cómo llegar al Sepulcro. No le digeron nada, tan sólo le indicaron señalando en una dirección. Kaba se adentró en el camino del bosque de Argenteos. A pesar de que la noche cubría continuamente esos pagos pudo encontrar marregal y cardopresto en abundancia e hizo acopio del mismo. Tras otras tres horas caminando encontró un cartél que indicaba el camino al Sepulcro. El lugar era muy tenebroso. No era cuestión de hacer turismo. El caso es que se dirigió directamente al cementerio y allí vio la tumba que buscaba. En la lápida había una estatua de piedra de un humano con armadura llaciente. Kaba nunca había visto un humano. Es curioso que el primer humano que viera fuese una estatua de un muerto. En la tumba decía:
Aquí yace Yuriv
Padre, Esposo, Paladin.
Deja que sus hijos den testimonio del hecho de que su dedicación a la luz fue indiscutible.
Nunca le pediría a nadie nada que él mismo no hiciera.
Kaba dejó el collar en lo que eran las manos de la estatua. De súbito la piedra del collar perdió su color y un frío repentinó se coló por la espina dorsal de Kaba.
Kaba había aprendido varias cosas:
La primera, que no era conveniente hacer tratos con los renegados, aunque estos pertenecieran a la Horda.
Lo segundo, que la vida era algo precioso. El había estado acostumbrado a ver y vivir en sitios rebosantes de vida, pero no los apreció realmente hasta que vió lo que significaba su ausencia. En los Claros de Tirisfal y en el Bosque de Argenteos.